Un joven discípulo se acercó a su maestro zen, que estaba meditando junto a un río, y le preguntó: —Maestro, he estado practicando meditación y me siento frustrado. Por más que intento, no consigo la paz interior que anhelo. Sigo escuchando el ruido de mi mente, los pensamientos, las preocupaciones... ¿Cómo puedo silenciar todo ese ruido?
El maestro permaneció en silencio por un momento, sin abrir los ojos. Luego, con una voz tranquila, le dijo: —Escucha.
El discípulo agudizó el oído. Escuchó el canto de los pájaros, el murmullo del viento entre los árboles, el zumbido de un insecto cercano.
—No, no eso —dijo el maestro, abriendo los ojos y señalando el río.
El joven escuchó el sonido del agua fluyendo, el suave chapoteo contra las rocas.
—Maestro, es solo el río. ¿Qué tiene que ver con mi mente?
El maestro sonrió y respondió: —No intentes silenciar el río. Escúchalo. Oye su fluir, su ritmo, su fuerza. Al escuchar el río tal como es, sin intentar cambiarlo, te darás cuenta de que también puedes escuchar tu mente de la misma manera. No necesitas luchar contra tus pensamientos; solo necesitas escucharlos sin juzgarlos ni aferrarte a ellos.
Esta historia nos enseña que escuchar no siempre significa buscar el silencio. A veces, la verdadera paz llega cuando aprendemos a escuchar y aceptar lo que ya está presente, tanto en el mundo exterior como en nuestra mente. Nos invita a pasar de un oír pasivo a una escucha activa y consciente, que es clave para la autoaceptación y la serenidad. A veces tengo que ser el observador de quien estoy siendo...
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